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quinta-feira, 16 de maio de 2013

"Des-Memoria y alienación" - Manuel Anxo Fortes Torres

LA LUCHA POR LA MEMORIA HISTÓRICA

1. Historia y memoria colectiva

La percepción del tiempo es la base de nuestra identidad personal/1. Por eso, la historia viene siendo la memoria colectiva, la evocación de un pasado, del pasado de aquellos que “aparecen” en la historia (del pueblo que “aparece” en la historia). De modo que la percepción del tiempo histórico de una comunidad viene siendo la base de su identidad social, identidad como comunidad. Por eso, desde el siglo XIX, la historia fue parte esencial de la educación nacional en los nacientes estados-nación europeos/2. Se trata de construir nuestra identidad nacional construyendo nuestro pasado.

La memoria, pues, está en las raíces de nuestra identidad y se estructura simultáneamente a nivel individual y colectivo/3. Se puede decir que los historiadores son los grandes administradores de nuestra memoria colectiva/4. La cuestión es, por tanto, como se administra esa memoria.
Mnemosyne,
por Dante Gabriel Rossetti,
1828-1882.

Ahora bien, que la función inicial fuese la de “asegurar el orden” y la “pertenencia al grupo”, y, por tanto, la “identificación con el poder”, como representante que es de la sociedad, no quiere decir que no quepa una función crítica, una función de desvelamiento de esos mitos construidos y de buscar un conocimiento de los procesos de integración social y de los intereses subyacentes y de los verdaderos sujetos históricos actuantes. O sea, la alternativa a la memoria “domesticada” no es el olvido; es la recuperación-reconstrucción de una nueva memoria. Rechazar la memoria, además de imposible -siempre hay, por lo menos alguna- es abandonar la lucha en ese campo; es ceder la reconstrucción de nuestro pasado a los que ya nos estuvieron contando “sus historias” (haciendo “nuestra” “su memoria”). Rechazar la memoria sería como defender el analfabetismo, por estar en la conciencia de que la formación y el aprendizaje están orientados a la integración en la producción y a dotarnos de los recursos para cumplir las funciones que la economía requiere. También en la educación, como en la historia, la lucha está por la deslegitimación de toda comprensión funcional de las mismas: la única manera de disfrutar de la Historia es dejarla en libertad. El historiador tiene que estar en condiciones de dejar en libertad a la cosa de forma absoluta: pues sólo faltaría que estuviéramos pagando a un historiador para que nos explicara lo que a la casa Real o al BBVA o a Iberdrola les interesa que sea la revolución francesa o la crisis del 29, o .../5.

2. Memoria a corto plazo y memoria a largo plazo

Si nuestra memoria colectiva o memoria social sería lo que denominamos historia, habría que decir que se trata de una memoria a largo plazo. Es decir, la historia se escribe no cuando los acontecimientos están ocurriendo, sino cuando estos ya pasaron.

Pero también hay una memoria inmediata, del pasado reciente, o de lo que está pasando. Y esto, lo que “sabemos” que está pasando o que acaba de pasar, se integrará posteriormente en la memoria a largo plazo. Bien en nuestra memoria particular, en nuestro acordarnos del pasado, como en la oferta de material (escrito, audiovisual ...) para que los “profesionales de la memoria” nos recuerden eso. O sea, los profesionales de la “memoria a corto plazo” están realizando una doble función: la de hacernos llegar lo que está ocurriendo o acaba de ocurrir; pero también la de ofrecer documentación que luego se va a consultar cuando se escriben los libros de historia, cuando ya “reposaron” los hechos y son objeto de otra clase de profesionales, los denominados historiadores, non prendidos de lo inmediato, o de las implicaciones personales e, incluso, políticas, sino, presuntamente, con “distancia” suficiente, en todos los sentidos. Siguiendo a una cita anterior, la suya debería ser, en el caso de que mereciese el nombre que les damos, una labor “desinteresada”.

El problema con el que se encuentra, por tanto, nuestra memoria, es el problema de la fiabilidad de los que nos ofrecen esos materiales, sean a corto o largo plazo; esto es, la fiabilidad de los que escriben la historia inmediata, de los que nos recuerdan lo que está pasando o acaba de pasar; y la fiabilidad de los que nos recuerdan lo que pasó ya hace un tiempo.

El nombre que suelen recibir los que “construyen” -en cierta medida- nuestra memoria inmediata es el de periodistas. De la memoria a largo plazo se ocupan los que llamamos historiadores.

Pero podremos dar con más diferencias entre esos referentes “memorizadores”. De la memoria a corto plazo se encargan unos profesionales que nos hacen llegar sus contribuciones en muchas ocasiones gratis, como ocurre en la televisión o en la radio o en la prensa en internet: no tenemos que pagar por ellas, excepto el costo de la compra del material tecnológico, pero una vez adquirido disponemos de su uso sin necesidad de gastos añadidos. Es más, podemos recibir ese “material”, incluso “sin pensar”, incluso cuando estamos en algún lugar en el que está encendido el artefacto o artefactos en cuestión. Si bien la prensa escrita requiere de nosotros unos gastos, comprar esos periódicos, tales gastos no son excesivos, por lo que mucha gente accede a esos materiales sin problemas, además de estar a disposición, gratis, en determinados puntos, como bibliotecas o lugares de ocio. Y, por otra parte, el tiempo a dedicar no tiene por qué ser muy grande, soliendo ir acompañado de otras ofertas que complementan la oferta de memoria.

Pero, cuando se trata de la historia, las cosas cambian, tenemos que asumir unos costos mayores y, sobre todo, una clara decisión de acceso; y, por supuesto, la dedicación de mucho más tiempo: lo que lleve su lectura.

Y lo anterior también tiene otras consecuencias: acceso público. Casi todo el mundo accede o puede acceder sin mayores costes a la memoria a corto plazo e, incluso, en muchas ocasiones, sin proponerse eso. En cambio, acceder a la memoria a largo plazo tiene un acceso claramente más restringido. Esto es, mucha gente sólo “hace memoria” con la prensa y con lo que se acuerda de la prensa, de los medios masivos. Mucha menos “hace memoria” acudiendo a profesionales de la memoria colectiva.

Todo esto convierte al periodismo en una profesión de gran responsabilidad. Que esos profesionales, y los medios donde ejercen su trabajo, estén a la altura de las “exigencias”, ya es otro cantar.

3. Sobre la “memoria a corto plazo”

Hay muchas maneras en que los medios de comunicación pueden “hacernos memoria”. Lo más habitual es por medio de la “información” y la “opinión” sobre acontecimientos. En que medida esa información no es sesgada o manipulada o tergiversada o, simplemente, mentira y en que medida las opiniones se presentan con unas argumentaciones consistentes y bien fundamentadas, o, en cambio, lo que ofrecen es un muestrario de argumentos falaces, será algo que merezca una consideración en cada caso; es decir, que exigiría de nosotros una disposición crítica. Pero hay otros procedimientos, cuando nos “cuentan”, nos “hacen memoria”, sin que eso sea su objetivo confeso, sino que las referencias “históricas” (inmediatas o no tan inmediatas) forman parte de la dramatización, o del contexto de una obra de entretenimiento.

El catálogo de telefilmes de en que los protagonista son cuerpos policiales, con el aumento de canales existente, es impresionante: y hay mucha “historia”. Y no estamos pensando en la transmisión ideológica ni en la creación de una conciencia de temor ante la proliferación de todo tipo de maníacos, asesinos en serie, terroristas y demás delincuentes, que uno ya no sabe donde meterse o donde esconderse. Es bien conocido ese documental de Michael Moore en el que denuncia precisamente el amedrentamiento (ante una delincuencia ubicua) de la población como un mecanismo perfectamente planificado para conseguir la aceptación popular, o consenso, ante medidas de refuerzo del Estado policial, de reducción de las libertades civiles y de legislación obsesivamente punitiva, de control de la ciudadanía (“la gente buena no tiene por qué preocuparse, sólo los malos”, suelen “argumentar”). Ese no es el tema para el caso que aquí nos preocupa; ahora el tema es la criminalización de etnias y pueblos, o la explicación “como quien no quiere la cosa” de hechos, contados a la “mayor gloria del imperio” y del poder. Y como el caso no es precisamente el de estar hablando de historia ni de hechos, sino de una trama de buenos y malos, de ladrones y policías, de amor y de odio, o de lo que sea, más fácilmente se cuela “de rondón” lo que no son sino “reconstrucciones artísticas” (nada ingenuas ni “accidentales”), para nada casuales, “de lo que pasó o está pasando”.

Por ejemplo, es habitual, en series de televisión o en otro tipo de espectáculos, presentar a los terroristas como procedentes de determinados territorios (sin que el “tema” tenga que ser el terrorismo, sino como “alusión ocasional”); o las referencias a Cuba y al “régimen cubano” si el telefilme puede “aprovecharlo”; por ejemplo, si la dramatización se da en Miami. El tema no es Cuba, pero “aprovechando”: no se pierde el tiempo. Y quien dice Cuba o “terrorismo” dice cualquier cosa que “casualmente” “pase por ahí” y forme parte del “imaginario ideológico” de quien tiene la imaginación ... y el poder de “hacernos memoria” con lo que “imagina”.

O, finalmente, en un programa de puro entretenimiento, de viajes, también se habla, evidentemente, de los países por los que se viaja. Resulta extraordinariamente instructivo lo que nos “cuentan” de esos países y de los que tuvieron que ver con ellos. Naturalmente, una vez más, el tema no es “la historia”, pero, de paso, “se hace algo de memoria”. El siguiente caso es un magnífico botón de muestra: en uno de estos “viajes” se fue a la isla caribeña de Granada (o Grenada). Y hablando un poco “del pasado” nos cuenta el “viajero” (este “viajero” no tiene desperdicio por lo que cuenta habitualmente) que en el pasado esa isla sufrió una etapa caótica, de crisis política y enfrentamientos civiles, y que gracias a la intervención americana “se resolvieron todos los problemas”, se alcanzó la paz y los granadianos “fueron felices y comieron perdices”. Claro que eso que nos dice el “viajero”, algún historiador, en algún libro, que hay que comprar (y leer, claro), habla, más bien, de “invasión militar” y de “invasión de bancos”, de que “la conexión entre las intervenciones militares estadounidenses y la promoción de empresas capitalistas siempre pecara de escasa sutileza”/6. Pero no es éste el único historiador que habla de “invasión de la islita caribeña de Granada”, y la causa fue, nos dice este otro, que los Estados Unidos non iban “permitir la revolución en esa minúscula isla”/7. En fin, otros historiadores relacionan la “invasión de Grenada” con unos “momentos en que la popularidad de Reagan estaba en uno de sus puntos más bajos”, lo que explica “el tratamiento propagandístico desmesurado” que se dio de esa operación militar, y empleando, para justificar la intervención, “argumentos” “sin ningún fundamento”/8. Pero, repetimos, para leer lo que dicen los historiadores hay que leer, y antes hay que comprar los libros, y antes hay que “saber” que libros hay que comprar. Para escuchar al “viajero” “enteradillo” no hay más que encender el televisor, sin pretensión de “hacer ninguna memoria”, sino sólo de que nos hablen de lugares exóticos. Y ya está. Si no tienes memoria personal, porque no viviste los acontecimientos, y si no leíste libros de historia (como los citados), pues fácilmente crees lo que te cuenta el “viajero enteradillo”. A fin de cuentas, a él qué más le da, porque iba a mentir en algo que nada tiene que ver con su programa.

Bien; como decimos, no tiene nada que ver con el programa, pero resulta que se aprovecha el programa para “hacer política”. Y lo mismo pasa en otros muchos casos. Y cuando de lo que se trata es directamente de la “memoria inmediata”, de “informar” y “opinar” la cosa es más clara; claro que, por lo mismo, también estamos más atentos, pues somos muy conscientes de que, según el medio de que se trate, podemos esperar lo que podemos esperar. Naturalmente, la cuestión es qué “memoria” podemos esperar. O, como en el caso del “viajero sabidillo”, porqué nos van a engañar, porqué quieren que tengamos “mala memoria”.
Quizás aquí haya que recordar aquello de que los medios de comunicación son “empresas” cuya “materia” no son las “patatas” o los “frigoríficos”, o los “medicamentos”, por ejemplo, sino que la “materia” es la “comunicación”. Podría pensarse, entonces, que para vender el producto, este deberá ser “competitivo”; esto es, hacerse merecedor de que se le quiera comprar. Y el “consumidor” adquiere el “medio de comunicación que desea”, de modo que estos deben presentar el abanico (“ideológico”) que también presentan los posibles compradores: el “mercado competitivo”. Pero resulta que lo que tiene como “materia” la comunicación es una empresa, de modo que la “empresa” debe ser rentable y, a lo mejor, ser rentable es algo más o algo diferente que “ofrecer lo que el público quiere”. Al respecto resultan muy ilustrativas ciertas informaciones sobre el cierre del diario Público, donde lo relevante no era ni las ventas ni la existencia, por tanto, de “público”/9.

Por otro lado, también sabemos del papel de la publicidad en las cuentas de resultados de una empresa de comunicación. Por lo tanto, un buen anunciante, que deja mucho dinero en anuncios, debe cuidarse; y debe evitarse toda información que lo perjudique, pues, obviamente, dejaría de interesarle pagar publicidad en aquel medio que no es “cuidadoso con la información”/10.

Pero no se trata sólo del “control” que pueden ejercer los anunciantes, como fuente de ingresos que son. Se trata, fundamentalmente, de que las empresas de comunicación son eso: empresas. Lo que quiere decir que tienen intereses empresariales como tales. Lo que también quiere decir que, dados los costes de la puesta en marcha de tal empresa, no puede cualquiera acceder a la propiedad. En fin, que no es casual que no haya medios de izquierda. Y eso nada tiene que ver con que haya, o no, “público” “de izquierdas” que accedería a unos medios que tuviesen una línea editorial próxima a esa concepción político-ideológica.

La cuestión radica, pues, en que, si se restringe claramente el “pluralismo empresarial comunicativo” por los costes de poner en marcha un proyecto editorial tal, ya sabemos quienes pueden ser los propietarios; y también sabemos a que intereses van a servir los medios de comunicación.

Así que no estaría mal conocer en “manos” de quién están los medios de comunicación, por ejemplo, los medios de comunicación españoles/11. Difícilmente esta información la encontraremos en los propios medios de comunicación, que sobre sí mismos no tienen la costumbre de informar; y eso que es del mayor interés, precisamente para saber qué fiabilidad podemos esperar de ellos, saber quiénes son sus dueños, en qué otras industrias participan, qué bancos les prestan dinero/12; en suma, es del mayor interés conocer el universo de intereses que median y mediatizan la información, sobre todo si tenemos en cuenta que estamos ya, de hecho, delante de grandes grupos mediáticos, internacionales, que ejercen hoy una amplia hegemonía sobre la comunicación social masiva, que está al servicio exclusivo, como es obvio, de la verdad particular de sus grupos empresariales/13. Por tanto, teniendo en cuenta el ya indicado grado de concentración, basta con observar los que están en esas empresas para llegar a una conclusión evidente: que sólo puede haber una línea ideológica, la de la defensa del mercado y el silenciamiento o ataque a cualquier ideología que defienda cambios en las estructuras económicas dominantes; y mucho más claramente aún si tenemos en cuenta que las necesidades constantes de financiamiento y liquidez de las empresas de comunicación las convierten en rehenes constantes de la gran banca/14 (si no se convierte ya ésta directamente en accionista).

Una función fundamental de los medios de comunicación, de los creadores de nuestra memoria inmediata, es la de domesticar “al rebaño”: la nueva revolución en el arte de la democracia: la fabricación del consenso/15. Fabricar consenso consiste, pues, en intentar hacer que la memoria inmediata de todos esté perfectamente controlada, que todos pensemos que lo que está pasando es lo que los medios nos dicen que está pasando, que aceptemos su juicio, que coincidamos. Digamos, fabricar consenso es como fabricar alienación: otros se convierten en dueños de nuestra memoria. Y esto no es otra cosa que la pretensión de establecimiento de un pensamiento único, de una traducción a términos ideológicos de pretensión universal, de los intereses de un conjunto de fuerzas económicas, en especial, las del capital internacional/16, que, a fin de cuentas, más o menos directa o indirectamente (cada vez más claramente más directamente), son los dueños de los grandes conglomerados empresariales que son, o a los que pertenecen, los medios de comunicación. La conclusión es bien clara: la tarea fundamental de la “industria comunicacional” es controlar la mente del público/17, controlar su memoria, controlar nuestra memoria.

Naturalmente, esto no significa que el “universo esté cerrado”, significa que, como dice el título de una obra citada, “nos quieren vender la moto”; pero, claro, no tenemos por qué comprarla. Ahora bien, para eso, hay una exigencia de permanente crítica, de búsqueda de otras vías alternativas de acceso a la información, que, por lo ya indicado, es no transitar por los caminos por los que “espontáneamente” transita todo el mundo, ni tampoco todo el mundo conoce de su existencia.

4. La memoria “a largo plazo” o la historia

La memoria a “largo plazo” puede ser simplemente la memoria “a corto plazo” pasado el tiempo; es decir, lo que quedó de aquella. Así, hay numerosos periodistas “metidos a historiadores” en que el material historiográfico procede, fundamentalmente o casi exclusivamente, de los datos procedentes de la prensa. Pero también hay otra clase de memoria “a largo plazo”, la construida por profesionales con unas ciertas exigencias metodológicas y de rigurosidad. Pero también aquí debemos ser cautos.

Preocupan menos los casos de “absurdas y manidas propuestas historietográficas”, en las que en el fondo non hay más que “obsolescencia mental, ignorancia supina y ridícula petulancia”/18; no preocupan, precisamente, por la evidencia de sus imposturas pretenciosamente históricas; no preocupan esa clase de personajes (o personajillos) que “nunca pasarán de ser una simple trivialidad en la historia de la cultura”, es decir, que el espacio que ocuparán será dentro “del apartado correspondiente de la propaganda política y la subcultura de masas”/19. Justamente por esa falta de reconocimiento profesional y la patente dependencia de intereses manifiestamente políticos e ideológicos se limita considerablemente su pretensión de “hacer memoria”: sólo los de su cofradía les hacen caso.

Mas también hay gran cantidad de profesionales reconocidos, o, por lo menos, no vituperados por los pertenecientes al gremio, que cumplen una función semejante a la de los medios de comunicación de que hablábamos antes: la fabricación del consenso, convertidos en los administradores del recuerdo y casi siempre siervos de los que ejercen el poder/20. De hecho, la historia nacional se construyó muchas veces ocultando la verdad, tapando los hechos incómodos o construyendo interpretaciones inverosímiles de las historias nacionales o de grandes acontecimientos/21. Esto es, hay una “historia oficial”, una “memoria oficial”, que si no está o se fabricó a partir de la memoria a corto plazo, se encargaron de fabricarla historiadores profesionales. Esa historia o memoria “ortodoxa” será la que habitualmente encontremos en la mayor parte de los historiadores y, sobre todo, en los manuales al uso, cuya función, fundamental, ya se señaló, es la de la integración social, la de la mencionada fabricación del consenso. Así, no es fácil, aunque sí posible, dar con obras de historia que no presenten, por ejemplo, la Segunda Guerra Mundial como la “Guerra buena”, como la cruzada americana contra el fascismo y el militarismo, sino como un conflicto de intereses, donde los negocios, el dinero y los beneficios fueron lo verdaderamente importante/22. Esto es, la historia se hace “desde un punto de vista”, se hace una memoria selectiva, cuando no distorsionada; y no sólo se “recrean” hechos, sino que también se olvidan otros, o se olvidan personajes, sujetos históricos, como si la historia sólo la hiciesen unos, como si nuestra memoria sólo debiese recordar a una clase de personajes, a un grupo social, a una clase o a unas clases sociales. Difícil, no imposible, pero bien difícil, es dar con una historia, por ejemplo, de los Estados Unidos, desde el punto de vista de los explotados política y económicamente; dar con una historia de los Estados Unidos que también sea historia de los negros, de las mujeres, de los indios, de los trabajadores pobres de todas las nacionalidades: es realmente insólito que puedan aparecer como sujetos activos los habitualmente y recurrentemente ignorados/23. En cambio, lo que hay habitualmente, más bien, por seguir con el mismo ejemplo, es una visión de la historia de los Estados Unidos como una “historia de consenso” basada en las doctrinas del “excepcionalismo americano” y del “destino manifiesto”, que pone en primer plano el mito de la conquista del oeste y omita, en cambio, cualquier mención de raza, esclavitud o subjección de los pueblos nativos/24. E, incluso, siguiendo con los Estados Unidos, sobre egregios “padres de la patria” se oculta lo que para ese “consenso” hay que ocultar; por ejemplo, omitiendo de alguien como el presidente Lincoln todo su radicalismo democrático, convertido realmente en un desconocido en su propio país, ignorando todo lo que suene a “revolucionario”, todo lo que no “deba” recordarse de él/25.

Pero esto, evidentemente, no ocurre sólo en los Estados Unidos, eso pasa hasta en las mejores familias, o sea, en todas partes. Y por poner otro ejemplo más “cercano”, tenemos por aquí el “mito de la transición”. Mito, ciertamente, puesto en duda en numerosos lugares y ocasiones, pero siempre dentro de ámbitos limitados en canto a los que acceden a su lectura. En los medios masivos de construcción de la memoria, así como en la mayor parte de los manuales “al uso” hay una lectura, consensuada, de lo ejemplarizante, pacífico, ordenado y demás que resultó ese proceso. Es cierto que se pueden leer cosas como que “los sectores que apoyaron la dictadura del general Franco preservaban las estructuras socioeconómicas sobre las que se asentaba su hegemonía social interna”; y “que los centros de decisión de la Coalición de la Guerra Fría reafirmaban su dominio sobre el territorio, economía y recursos españoles”; o como que “los grupos que en 1977 fueron legalizados y emergieron controlando la escena política eran precisamente los selectivamente financiados desde gobiernos de la Coalición da Guerra Fría”; o sea, que “el postfranquismo se iniciaba con equipos cooptados”/26. Sí, puede leerse eso; así como también puede leerse que la transición fue un cuento de hadas con 591 muertos, 168 de ellos víctimas de violencia institucional/27. Sí, puede leerse, pero pocas veces, en pocos sitios, y en “medios” “minoritarios”. Lo normal es lo otro: “el cuento de hadas”. Y podríamos seguir con más ejemplos, con muchos ejemplos.

Ahora bien, como acudir a libros de historia es, en el fondo, una actividad “elitista”, esto es, en la que participa un número reducido de individuos, el control de esa actividad profesional no es tan importante, dado ese limitado alcance; si bien tampoco debe ser despreciado. Lo fundamental es que se “construyera el consenso” en el mayor ámbito posible, entre las amplias masas de la población.

5. Conclusión: memoria, conciencia de sí, conciencia de clase y revolución

Sabemos ya desde Hegel, por lo menos, que el hombre no es naturaleza, no es substancia, sino historia, o que su substancia es la historia. El hombre es lo que es según sea su historia. Es decir, la memoria construye al hombre. Volvemos, pues, al comienzo: nuestra memoria construye nuestra identidad social y nuestra identidad personal, de ahí la importancia del control de nuestra memoria colectiva e individual.

Si decimos que el hombre es “su” historia estamos diciendo también que la conciencia que el hombre tiene de sí mismo está en dependencia de su memoria, pues ésta la constituye. Si la conciencia de su memoria es una conciencia falsa, ideológica, la conciencia de sí será, por tanto, una conciencia falsa, ideológica. La lucha por la memoria histórica es, así, parte de la lucha de clases, de la lucha por la creación de las condiciones subjetivas para la adquisición de la conciencia de clase; y quien vaya venciendo en la misma será quien esté en condiciones de imponer, y, al mismo tiempo, coadyuva en que vaya venciendo, su propia memoria, su memoria histórica; en suma, su dominio y hegemonía, política y económica, que es de lo que se trata: la clase dominante no ignora el contenido subversivo de la memoria/28.

El elemento determinante de la historia es en última instancia la producción y la reproducción en la vida real, pero las diversas partes de la superestructura, donde situaríamos a la historia, ejercen su influencia sobre el curso de las luchas históricas/29. En este sentido, pues, la lucha por la memoria histórica es una lucha que se produce en el ámbito de la ideología y lo que está en juego es la adquisición de la conciencia de sí por parte de aquellos que suelen ser los “olvidados de la historia”; y esta adquisición de conciencia está asociada al conocimiento y reconocimiento de su papel histórico, a su conocimiento y reconocimiento como sujeto histórico activo, como sujeto realmente existente, como sujeto.

La tentativa de las clases dominantes será, en cambio, la de obscurecer, cuando no simplemente ignorar u ocultar, con el objetivo, simplemente, de “impedir” la existencia de cualquier agente social distinto, alternativo. Perder la propia conciencia no es otra cosa que enajenarla: el objetivo de la clase dominante es laalienación de la clase antagónica, de los sujetos que la constituyen. No estamos, por tanto, simplemente, en una discusión académica sobre la “historia verdadera”, estamos en una real lucha de clases y lo que está en juego es la construcción-reconocimiento de una de ellas, la toma de conciencia, la conciencia de sí, laconciencia de clasecondición subjetiva de la revolución (las condiciones objetivas ya sabemos que están dadas de sobra).

7/07/2013

Manuel A. Fortes Torres es doctor en Filosofía y catedrático de Filosofía de Instituto. Sobre temáticas de filosofía política ha publicado en Rebelión, Ágora. Papeles de filosofía, A trabe de ouro, Aula Castelao de Filosofía, Bahía edicións... Milita en Esquerda Anticapitalista Galega.

Notas:
1/ José Carlos Bermejo: La consagración de la mentira, ed. Akal, p. 34.
2/ José Carlos Bermejo, obra citada, p. 39.
3/ José Carlos Bermejo, obra citada, p. 61.
4/ José Carlos Bermejo, obra citada, p. 76.
5/ Carlos Fernández Liria e Luis Alegre Zahonero: “El reto de la Universidad ante la sociedad del conocimiento”. www.rebelion.org 30.11.04
6/ Howard Zinn: La otra historia de los Estados Unidos, ed. Hiru, p. 543.
7/ Eric Hobsbawm: Historia del siglo XX, ed. Crítica, p. 251 e p. 449.
8/ Josep Fontana: Por el bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945, ediciones de Pasado y Presente, p. 630,631.
9/ Mongolia. Nº4. Julio/Agosto 2012: Diario “Público”, anatomía de un asesinato. p. 31-34.
Mongolia. Nº 5. Septiembre 2012: Un informe “cocinado” para cerrar “Público”. p. 34.
10/ Mongolia. Extra Diciembre 2012: El poder publicitario de telefónica en los medios de comunicación. p. 41.
11/¿Quién está detrás de los medios de comunicación en España? www.rebelion.org , 03.09.12
12/ Pascual Serrano: Traficantes de información. La historia oculta de los grupos de comunicación españoles, ed. Akal (Foca investigación), p. 16.
13/ Enrique Bustamante: “Prólogo” a Pascual Serrano: obra citada, p. 7,8.
14/ Pascual Serrano: obra citada, p. 23, p. 31.
15/ Noam Chomsky: El control de los medios de comunicación, en Noam Chomsky-Ignacio Ramonet: Cómo nos venden la moto, ed. Icaria, p. 14.
16/ Ignacio Ramonet: Pensamiento único y nuevos amos del mundo, en Noam Comsky-Ignacio Ramonet, obra citada, p. 58.
17/ Noam Chomsky: Ilusiones necesarias. Control del pensamiento en las sociedades democráticas, ed. Libertarias/Prodhufi, p. 28.
18/ Alberto Reig Tapia: Revisionismo y política. Pío Moa revisitado, Foca ediciones, p. 14, p. 15.
19/ Alberto Reig Tapia: obra citada, p. 100.
20/ José Carlos Bermejo: obra citada, p. 76.
21/ José Carlos Bermejo: obra citada, p. 15.
22/ Jacques R. Pauwels: El mito de la guerra buena. EEUU en la Segunda guerra mundial, ed. Hiru, p. 20.
23/ Howard Zinn: obra citada.
24/ Josep Fontana: obra citada, p. 111.
25/ Vicenç Navarro: Lo que la película “Lincoln” no dice sobre Lincolnwww.rebelion.org , 18.01.13
26/ Joan E. Garcés: Soberanos e intervenidos, ed. Siglo XXI, p. 174, p. 168.
27/ Público.es , 27.01.13
28/ Herbert Marcuse: El hombre unidimensional, p. 129.
29/ F. Engels: Carta a Bloch, 21-22 de septiembre de 1890, en Marx-Engels: Epistolario, ed. Grijalbo, p. 76,77.

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