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domingo, 2 de fevereiro de 2014

La batalla de Gamonal y el derecho a la ciudad

Fonte: Viento Sur
Luis Suárez
Jueves 30 de enero de 2014
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¿Cuántos habitantes de Gamonal habrán oído hablar de Henri Lefebvre? Seguramente pocos, y menos aún habrán leído alguna de sus obras, entre ellas “El derecho a la ciudad” (1968), sobre los conflictos urbanos en el capitalismo como expresión de la lucha de clases por la hegemonía sobre el espacio edificado.

Sin embargo, sin leerlo ni conocerlo, los vecinos y vecinas de Gamonal han estado poniendo en práctica, a su manera, la respuesta al depredador urbanismo capitalista que Lefebvre, y tantos con él y tras él, en particular desde los años 60 del pasado siglo, denunciamos y combatimos. E, inversamente, si Lefebvre no hubiera fallecido en 1991 seguramente estaría ahora mismo entre fascinado y frustrado por lo poco que en el fondo ha cambiado la sociedad en materia de gestión del territorio, y lo mucho que lo que hoy sucede se parece a lo que él describía y anticipaba hace casi medio siglo.

Insólita apocalipsis

A primera vista, este ha sido un conflicto desproporcionado, sorprendente: ¿una insurrección popular, un duro y sostenido enfrentamiento con los antidisturbios, por un puñetero bulevar? Se ha comparado, creo que acertadamente, con el conflicto de la plaza Taksim en Estambul de hace tan solo unos meses, aún más llamativo este, pues a partir de otro problema urbanístico aparentemente menor (la transformación de un pequeño parque en un área peatonal y cívica), se ha llegado a tambalear seriamente la estabilidad del gobierno y a resquebrajar el frágil equilibrio político del país.

Gamonal y Taksim muestran otros rasgos comunes: Una transformación urbana impuesta, supuestamente modernizadora pero no consensuada ni apenas consultada; falta de transparencia en su gestión; resistencia activa y semiespontánea de los vecinos mediante la ocupación del espacio público entendido como derecho colectivo irrenunciable al tiempo que el mejor, y casi el único, recurso de lucha ciudadana; intento sistemático desde el poder por disputar ese mismo derecho, expulsando violentamente a los ciudadanos del espacio público; criminalización de las protestas bajo el argumento de los elementos subversivos exteriores infiltrados,…

Sí, y también en ambos casos es evidente que la batalla popular desencadenada no trataba solo sobre urbanismo, sino que reflejaba y se retroalimentaba del descontento social global contra las políticas de los gobiernos respectivos, y esto sin duda es lo que ha permitido el movimiento de solidaridad con Gamonal surgido en muchas ciudades del país.
No obstante, dada la centralidad que tanto en el desencadenamiento del conflicto, como en su propio escenario de la batalla tiene la dimensión urbanística, esta comentario se ciñe a lo que Gamonal, al igual que Taksim y tantos otros conflictos y movimientos recientes (revoluciones árabes; occupy…, indignados, resistencia contra la militarización de las favelas; movimiento anti-desahucios; escraches…), representan en términos de lucha por el derecho a la ciudad. Sin, por otra parte, entrar en los detalles locales y particulares de este conflicto, que han quedado ya bastante expuestos a través de los medios.

¿La vuelta del movimiento vecinal?

El pulso de Gamonal, al igual que otros no tan mediáticos que se incuban o palpitan hoy mismo también en muchos de nuestros barrios, nos recuerdan, en su unanimidad intergeneracional e intergremial, al apogeo del movimiento vecinal en nuestro país en la 2ª mitad del siglo pasado. Y nos recuerdan que la santa alianza del poder político y económico local, olvidados ya aquellos años fundacionales del poder ciudadano alternativo, no ha renunciado a ninguno de sus objetivos de apropiación de la ciudad, sino que, en el contexto de la actual ofensiva del capital en todos los órdenes bajo la coartada de la crisis, redobla su ofensiva depredadora.

Hoy, como entonces, desde las administraciones locales se intenta imponer proyectos urbanísticos que, bajo la máscara en muchos casos patética de la modernidad y su cosmética de diseño, no son sino intentos sistemáticos de especulación con, y privatización del, espacio urbano. En aquellos años del tardofranquismo, el potente movimiento ciudadano que surge, se organiza y se curte en mil batallas en un breve periodo de tiempo, forma una de las patas, junto con el movimiento obrero, el movimiento estudiantil y los movimientos nacionales, sobre las que se asienta la oposición popular que hará finalmente inviable la continuidad de la dictadura.

Y al igual que el resto de movimientos antifranquistas, este tenía un componente más visible o superficial reformista, pero también un sustrato y aliento anticapitalista más hondo.

Contra el urbanismo mercantil

Las luchas vecinales desde los 80 en adelante tuvieron sin duda un contenido reivindicativo inmediato, sobre todo desde los barrios obreros enormemente deficitarios heredados de la urbanización salvaje de los años del desarrollismo. Pero ya desde sus inicios, y sobre todo durante la transición, se van a plantear al mismo tiempo los debates de fondo que cuestionan el modelo capitalista de ciudad segregada y mercantilizada, inequitativa e insostenible, de la exclusión y la especulación, diseccionada por sociólogos, geógrafos y urbanistas de izquierdas como Lefebvre, Castells, Jacobs, Harvey, Fernández Durán y otros/as.

Lo que se va a cuestionar son las bases mismas de la producción capitalista del espacio urbano (con la vivienda como mercancía estrella, pero también los espacios recreativos, los mercados, el transporte, el comercio, los servicios e infraestructuras básicos…), que privilegia su valor de cambio sobre su valor de uso. O lo que es lo mismo, la utilización de un derecho fundamental, el hábitat en el sentido más amplio, como fuente de negocios particulares, en lugar de como bien público democráticamente gestionado.

Pero ¿a qué nos suena hoy esta mentalidad o estrategia privatista y lucrativa? Efectivamente, la ciudad es el gran campo de batalla, o si se prefiere más asépticamente, el gran laboratorio, de lo que ahora también se ensaya esforzadamente desde el poder con la sanidad o la enseñanza. La diferencia es que mientras que estos servicios no pudieron ser privatizados en su momento, la instauración de la democracia, en cambio, supuso en materia de urbanismo la consolidación del modelo capitalista de explotación privada de todos los bienes susceptibles de ser mercantilizados.

Una sostenida estrategia de expoliación privada del espacio urbano

Vale la pena quizás recordar en este sentido que el franquismo, en tanto que régimen totalitario populista y paternalista, mantuvo en esos años de la industrialización y urbanización salvaje, a partir de los 60, una política pública y masiva de vivienda social que hoy parecería poco menos que comunista. Y no es desde luego que ese régimen tuviera alguna veleidad izquierdosa o sensibilidad social, es que simplemente necesitaba alojar en forma urgente a un ejército de emigrantes del campo en las desoladoras periferias de las grandes ciudades, para convertirles en la mano de obra industrial barata que demandaba el proceso intensivo de acumulación capitalista desencadenado tras la larga posguerra a finales de los 50.

En los últimos lustros, en cambio, en materia de vivienda social el único esfuerzo que hemos presenciado es el del desmantelamiento sistemático de los planes residuales de promoción o protección que habían pervivido mal que bien. Y ya en el marco de la fiebre del ladrillo, en particular en las décadas de los 80 y 90 (durante lo que también se ha denominado el “tsunami urbanizador”), la vivienda, y la urbanización en general, han sido el motor central de enriquecimiento y especulación financiera, así como de corrupción de la casta política, en nuestro país.

Participación o paripé

La desmovilización vecinal y la mercantilización de la ciudad son dos procesos entrelazados que han dado lugar a cambios en la correlación de fuerzas desde la transición hasta hoy en el ámbito del urbanismo, casi todos para peor. Pensemos por ejemplo en otra de las cuestiones que la batalla de Gamonal ha puesto en primer plano: el de falta de participación y consulta popular de los planes e intervenciones urbanísticas. Este principio democrático, legal y formalmente obligatorio, que en su momento sirvió para promover y enraizar a las asociaciones de vecinos como una tupida red arterial de organización y resistencia ciudadana, se ha ido convirtiendo, por la falta de credibilidad de las autoridades locales y por la desmotivación de la población, en una mera caricatura donde la consulta y la participación se reducen a un paripé formal.

En Gamonal la ciudadanía ha ido más allá al expresar su derecho a cuestionar y replantear la gestión de los presupuestos locales, rechazando el bulevar con argumentos no solo urbanísticos, sino también financieros. Se ha ejercido así en la práctica el derecho a definir colectivamente las prioridades sociales respecto al uso de los fondos públicos. Esto pone de nuevo en suerte la cuestión de los presupuestos participativos, eje reivindicativo que tiene ya mucho recorrido práctico, por ejemplo, en ciudades latinoamericanas y que en estos tiempos de penuria y corrupción en las finanzas locales, parece especialmente relevante.

Controlar la ciudad para someter a la sociedad

En ese marco, la batalla de Gamonal evidencia los dos ejes principales de la ofensiva contra el control social de la ciudad:

Por una parte, la apropiación especulativa y mercantil del espacio urbano, donde el negocio es tanto la obra como su explotación posterior (siempre que no sean simples obras absurdas, como esos aeropuertos o autopistas vacíos de la época del delirio), combinada inevitablemente con las múltiples variedades de corrupción de la política local en las que nuestro país se ha convertido en auténtica potencia mundial. A este respecto no es necesario recordar que la conversión de la ciudad en un gran bazar vigilado implica no solamente nuestro sometimiento físico, sino también ideológico, reconvertidos en usuarios o clientes potenciales, en lugar de ciudadanos libres, soberanos dueños de la ciudad.

Por otra parte, a través de la creciente represión del ejercicio de los derechos ciudadanos más básicos en las calles y plazas, incrementando tanto la batería legal de recortes a las libertades cívicas, como la violencia y arbitrariedad de los métodos represivos, y el aumento y variedad de la nómina de nuestros vigilantes-represores (ahora también privados).

Lecciones provisionales

Gamonal ha concluido, momentáneamente al menos, con un rotundo éxito popular, pero desgraciadamente, Gamonal no es la regla: la realidad es que cotidianamente se imponen medidas, planes, políticas urbanas antisociales ante la indiferencia o la impotencia de la población. ¿Cómo se explica en concreto el éxito de la resistencia vecinal en este caso? El único factor claro es la unanimidad y la combatividad de los vecinos y vecinas en el rechazo al proyecto impuesto.

La lucha por el derecho a la ciudad continúa y continuará, y no se trata de evocar nostálgicamente el periodo romántico del movimiento ciudadano: la resistencia a la apropiación privada del espacio urbano hoy tiene mil rostros y no es previsible que vuelva a producirse una articulación en torno a unas renacidas asociaciones de vecinos; pero sea bajo una u otra forma, Gamonal nos ofrece su lección: es posible enfrentarse al poder e incluso hacerlo retroceder en defensa de una ciudad hecha por, y al servicio de, lxs ciudadanxs.

(…) más allá de esta “sociedad urbanizada”, Lefebvre quiso ver un nuevo horizonte que sería más favorable para la humanidad y cuya aparición solo se daría a través de la realización del “derecho a la ciudad”. Pero la concreción de esta tarea histórica, “crear el urbanismo” requería que la ciudad se convirtiese en una tarea colectiva y común.

Para llegar a esta afirmación, Lefebvre proponía poner en marcha un programa de investigación y acción política que podría permitir a los habitantes de una ciudad apoderarse de sus espacios urbanos y sus vidas urbanas y recuperar para esos mismos habitantes la facultad de participar en la vida de la ciudad.

Esta promesa de un futuro abierto al florecimiento de posibilidades para los habitantes de la ciudad dependerá del recurso a una fuerza social: la clase trabajadora, la “clase capaz de iniciativas revolucionarias”

(…)
Para el geógrafo marxista David Harvey, “es esencial trabajar hacia la democratización del derecho a la ciudad y a la formación de un gran movimiento social que haga que los desposeídos puedan tomar el control de la ciudad de la que han sido excluidos desde hace tanto tiempo”.
Citas tomadas del trabajo “Del derecho a la ciudad de H. Lefebvre a la universalidad de la urbanización moderna”, Laurence Costes, 2011.
20/01/2014

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