¿Cuántos habitantes de Gamonal
habrán oído hablar de Henri Lefebvre? Seguramente pocos, y menos aún
habrán leído alguna de sus obras, entre ellas “El derecho a la ciudad”
(1968), sobre los conflictos urbanos en el capitalismo como expresión de
la lucha de clases por la hegemonía sobre el espacio edificado.
Sin embargo, sin leerlo ni conocerlo, los vecinos y vecinas de
Gamonal han estado poniendo en práctica, a su manera, la respuesta al
depredador urbanismo capitalista que Lefebvre, y tantos con él y tras
él, en particular desde los años 60 del pasado siglo, denunciamos y
combatimos. E, inversamente, si Lefebvre no hubiera fallecido en 1991
seguramente estaría ahora mismo entre fascinado y frustrado por lo poco
que en el fondo ha cambiado la sociedad en materia de gestión del
territorio, y lo mucho que lo que hoy sucede se parece a lo que él
describía y anticipaba hace casi medio siglo.
Insólita apocalipsis
A primera vista, este ha sido un conflicto desproporcionado,
sorprendente: ¿una insurrección popular, un duro y sostenido
enfrentamiento con los antidisturbios, por un puñetero bulevar? Se ha
comparado, creo que acertadamente, con el conflicto de la plaza Taksim
en Estambul de hace tan solo unos meses, aún más llamativo este, pues a
partir de otro problema urbanístico aparentemente menor (la
transformación de un pequeño parque en un área peatonal y cívica), se ha
llegado a tambalear seriamente la estabilidad del gobierno y a
resquebrajar el frágil equilibrio político del país.
Gamonal y Taksim muestran otros rasgos comunes: Una transformación
urbana impuesta, supuestamente modernizadora pero no consensuada ni
apenas consultada; falta de transparencia en su gestión; resistencia
activa y semiespontánea de los vecinos mediante la ocupación del espacio
público entendido como derecho colectivo irrenunciable al tiempo que el
mejor, y casi el único, recurso de lucha ciudadana; intento sistemático
desde el poder por disputar ese mismo derecho, expulsando violentamente
a los ciudadanos del espacio público; criminalización de las protestas
bajo el argumento de los elementos subversivos exteriores infiltrados,…
Sí, y también en ambos casos es evidente que la batalla popular
desencadenada no trataba solo sobre urbanismo, sino que reflejaba y se
retroalimentaba del descontento social global contra las políticas de
los gobiernos respectivos, y esto sin duda es lo que ha permitido el
movimiento de solidaridad con Gamonal surgido en muchas ciudades del
país.
No obstante, dada la centralidad que tanto en el desencadenamiento
del conflicto, como en su propio escenario de la batalla tiene la
dimensión urbanística, esta comentario se ciñe a lo que Gamonal, al
igual que Taksim y tantos otros conflictos y movimientos recientes
(revoluciones árabes; occupy…, indignados, resistencia contra la
militarización de las favelas; movimiento anti-desahucios; escraches…),
representan en términos de lucha por el derecho a la ciudad. Sin, por
otra parte, entrar en los detalles locales y particulares de este
conflicto, que han quedado ya bastante expuestos a través de los medios.
¿La vuelta del movimiento vecinal?
El pulso de Gamonal, al igual que otros no tan mediáticos que se
incuban o palpitan hoy mismo también en muchos de nuestros barrios, nos
recuerdan, en su unanimidad intergeneracional e intergremial, al apogeo
del movimiento vecinal en nuestro país en la 2ª mitad del siglo pasado. Y
nos recuerdan que la santa alianza del poder político y económico
local, olvidados ya aquellos años fundacionales del poder ciudadano
alternativo, no ha renunciado a ninguno de sus objetivos de apropiación
de la ciudad, sino que, en el contexto de la actual ofensiva del capital
en todos los órdenes bajo la coartada de la crisis, redobla su ofensiva
depredadora.
Hoy, como entonces, desde las administraciones locales se intenta
imponer proyectos urbanísticos que, bajo la máscara en muchos casos
patética de la modernidad y su cosmética de diseño, no son sino intentos
sistemáticos de especulación con, y privatización del, espacio urbano.
En aquellos años del tardofranquismo, el potente movimiento ciudadano
que surge, se organiza y se curte en mil batallas en un breve periodo de
tiempo, forma una de las patas, junto con el movimiento obrero, el
movimiento estudiantil y los movimientos nacionales, sobre las que se
asienta la oposición popular que hará finalmente inviable la continuidad
de la dictadura.
Y al igual que el resto de movimientos antifranquistas, este tenía un
componente más visible o superficial reformista, pero también un
sustrato y aliento anticapitalista más hondo.
Contra el urbanismo mercantil
Las luchas vecinales desde los 80 en adelante tuvieron sin duda un
contenido reivindicativo inmediato, sobre todo desde los barrios obreros
enormemente deficitarios heredados de la urbanización salvaje de los
años del desarrollismo. Pero ya desde sus inicios, y sobre todo durante
la transición, se van a plantear al mismo tiempo los debates de fondo
que cuestionan el modelo capitalista de ciudad segregada y
mercantilizada, inequitativa e insostenible, de la exclusión y la
especulación, diseccionada por sociólogos, geógrafos y urbanistas de
izquierdas como Lefebvre, Castells, Jacobs, Harvey, Fernández Durán y
otros/as.
Lo que se va a cuestionar son las bases mismas de la producción
capitalista del espacio urbano (con la vivienda como mercancía estrella,
pero también los espacios recreativos, los mercados, el transporte, el
comercio, los servicios e infraestructuras básicos…), que privilegia su
valor de cambio sobre su valor de uso. O lo que es lo mismo, la
utilización de un derecho fundamental, el hábitat en el sentido más
amplio, como fuente de negocios particulares, en lugar de como bien
público democráticamente gestionado.
Pero ¿a qué nos suena hoy esta mentalidad o estrategia privatista y
lucrativa? Efectivamente, la ciudad es el gran campo de batalla, o si se
prefiere más asépticamente, el gran laboratorio, de lo que ahora
también se ensaya esforzadamente desde el poder con la sanidad o la
enseñanza. La diferencia es que mientras que estos servicios no pudieron
ser privatizados en su momento, la instauración de la democracia, en
cambio, supuso en materia de urbanismo la consolidación del modelo
capitalista de explotación privada de todos los bienes susceptibles de
ser mercantilizados.
Una sostenida estrategia de expoliación privada del espacio urbano
Vale la pena quizás recordar en este sentido que el franquismo, en
tanto que régimen totalitario populista y paternalista, mantuvo en esos
años de la industrialización y urbanización salvaje, a partir de los 60,
una política pública y masiva de vivienda social que hoy parecería poco
menos que comunista. Y no es desde luego que ese régimen tuviera alguna
veleidad izquierdosa o sensibilidad social, es que simplemente
necesitaba alojar en forma urgente a un ejército de emigrantes del campo
en las desoladoras periferias de las grandes ciudades, para
convertirles en la mano de obra industrial barata que demandaba el
proceso intensivo de acumulación capitalista desencadenado tras la larga
posguerra a finales de los 50.
En los últimos lustros, en cambio, en materia de vivienda social el
único esfuerzo que hemos presenciado es el del desmantelamiento
sistemático de los planes residuales de promoción o protección que
habían pervivido mal que bien. Y ya en el marco de la fiebre del
ladrillo, en particular en las décadas de los 80 y 90 (durante lo que
también se ha denominado el “tsunami urbanizador”), la vivienda, y la
urbanización en general, han sido el motor central de enriquecimiento y
especulación financiera, así como de corrupción de la casta política, en
nuestro país.
Participación o paripé
La desmovilización vecinal y la mercantilización de la ciudad son dos
procesos entrelazados que han dado lugar a cambios en la correlación de
fuerzas desde la transición hasta hoy en el ámbito del urbanismo, casi
todos para peor. Pensemos por ejemplo en otra de las cuestiones que la
batalla de Gamonal ha puesto en primer plano: el de falta de
participación y consulta popular de los planes e intervenciones
urbanísticas. Este principio democrático, legal y formalmente
obligatorio, que en su momento sirvió para promover y enraizar a las
asociaciones de vecinos como una tupida red arterial de organización y
resistencia ciudadana, se ha ido convirtiendo, por la falta de
credibilidad de las autoridades locales y por la desmotivación de la
población, en una mera caricatura donde la consulta y la participación
se reducen a un paripé formal.
En Gamonal la ciudadanía ha ido más allá al expresar su derecho a
cuestionar y replantear la gestión de los presupuestos locales,
rechazando el bulevar con argumentos no solo urbanísticos, sino también
financieros. Se ha ejercido así en la práctica el derecho a definir
colectivamente las prioridades sociales respecto al uso de los fondos
públicos. Esto pone de nuevo en suerte la cuestión de los presupuestos
participativos, eje reivindicativo que tiene ya mucho recorrido
práctico, por ejemplo, en ciudades latinoamericanas y que en estos
tiempos de penuria y corrupción en las finanzas locales, parece
especialmente relevante.
Controlar la ciudad para someter a la sociedad
En ese marco, la batalla de Gamonal evidencia los dos ejes principales de la ofensiva contra el control social de la ciudad:
Por una parte, la apropiación especulativa y mercantil del espacio
urbano, donde el negocio es tanto la obra como su explotación posterior
(siempre que no sean simples obras absurdas, como esos aeropuertos o
autopistas vacíos de la época del delirio), combinada inevitablemente
con las múltiples variedades de corrupción de la política local en las
que nuestro país se ha convertido en auténtica potencia mundial. A este
respecto no es necesario recordar que la conversión de la ciudad en un
gran bazar vigilado implica no solamente nuestro sometimiento físico,
sino también ideológico, reconvertidos en usuarios o clientes
potenciales, en lugar de ciudadanos libres, soberanos dueños de la
ciudad.
Por otra parte, a través de la creciente represión del ejercicio de
los derechos ciudadanos más básicos en las calles y plazas,
incrementando tanto la batería legal de recortes a las libertades
cívicas, como la violencia y arbitrariedad de los métodos represivos, y
el aumento y variedad de la nómina de nuestros vigilantes-represores
(ahora también privados).
Lecciones provisionales
Gamonal ha concluido, momentáneamente al menos, con un rotundo éxito
popular, pero desgraciadamente, Gamonal no es la regla: la realidad es
que cotidianamente se imponen medidas, planes, políticas urbanas
antisociales ante la indiferencia o la impotencia de la población. ¿Cómo
se explica en concreto el éxito de la resistencia vecinal en este caso?
El único factor claro es la unanimidad y la combatividad de los vecinos
y vecinas en el rechazo al proyecto impuesto.
La lucha por el derecho a la ciudad continúa y continuará, y no se
trata de evocar nostálgicamente el periodo romántico del movimiento
ciudadano: la resistencia a la apropiación privada del espacio urbano
hoy tiene mil rostros y no es previsible que vuelva a producirse una
articulación en torno a unas renacidas asociaciones de vecinos; pero sea
bajo una u otra forma, Gamonal nos ofrece su lección: es posible
enfrentarse al poder e incluso hacerlo retroceder en defensa de una
ciudad hecha por, y al servicio de, lxs ciudadanxs.
(…) más allá de esta “sociedad urbanizada”, Lefebvre quiso ver un
nuevo horizonte que sería más favorable para la humanidad y cuya
aparición solo se daría a través de la realización del “derecho a la
ciudad”. Pero la concreción de esta tarea histórica, “crear el
urbanismo” requería que la ciudad se convirtiese en una tarea colectiva y
común.
Para llegar a esta afirmación, Lefebvre proponía poner en marcha un
programa de investigación y acción política que podría permitir a los
habitantes de una ciudad apoderarse de sus espacios urbanos y sus vidas
urbanas y recuperar para esos mismos habitantes la facultad de
participar en la vida de la ciudad.
Esta promesa de un futuro abierto al florecimiento de posibilidades
para los habitantes de la ciudad dependerá del recurso a una fuerza
social: la clase trabajadora, la “clase capaz de iniciativas
revolucionarias”
(…)
Para el geógrafo marxista David Harvey, “es esencial trabajar hacia
la democratización del derecho a la ciudad y a la formación de un gran
movimiento social que haga que los desposeídos puedan tomar el control
de la ciudad de la que han sido excluidos desde hace tanto tiempo”.
Citas tomadas del trabajo “Del derecho a la ciudad de H. Lefebvre a
la universalidad de la urbanización moderna”, Laurence Costes, 2011.
20/01/2014